Rony Maldonado
Socio de Consultoría, PwC Guatemala
Aun cuando, constantemente, grandes organizaciones internacionales y multilaterales trabajan en el desarrollo de modelos teóricos y ejercicios para definir formas de reacción ante diversas crisis, ninguna previó el impacto de una pandemia o, si lo hizo, no logró que el mundo se preparara adecuadamente para afrontar el problema sanitario y sus consecuencias económicas. Esta ha sido una crisis violenta, rápida y de alcance global para la que no estábamos preparados.
Aunque no hay consenso en fechas exactas, sabemos que el primer caso reportado de la epidemia (antes de ser declarada pandemia) ocurrió en la segunda mitad de diciembre de 2019 en Wuhan, China. En esa ciudad y regiones vecinas el virus se esparció alarmantemente rápido. Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) la declaró pandemia, el 11 de marzo, ya existían 118 mil casos en 114 países.
Es más, en solo las dos semanas previas a la declaración formal, el número de casos fuera de China se multiplicó por 13 y se triplicaron los países afectados. De acuerdo con la OMS, tomó 67 días el pasar de 1 a 100,000 casos; llegar a los siguientes 100,000 tomó 11 días, y para los siguientes 100,000 únicamente se necesitó de 4 días. Esto describe un virus que se propaga agresivamente, pero más importante aún, describe una pandemia que se da en un mundo que nunca había estado tan interconectado y, por ende, más vulnerable que nunca.
De acuerdo con la Organización Mundial del Turismo (OMT), en 2019 se registraron en todo el mundo más de 1,400 millones de llegadas de turistas internacionales, equivalente a que la sexta parte de la población mundial haya realizado un viaje internacional. Es más, al cierre de 2018, la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA) confirmó que las líneas áreas ese año transportaron a 4,400 millones de pasajeros (prácticamente 6 de cada 10 personas en el mundo), y que para entonces estaban conectados por vuelos directos 22,000 pares de ciudades en el mundo; 1,300 pares más que en 2017 y más del doble respecto a las 10,250 en 1998.
A la conectividad aérea hay que sumar el movimiento de carga, cada vez más activo. En 2017, antes de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, se trasportaron marítimamente en el mundo 10,770 millones de toneladas de mercancías, con crecimientos anuales importantes en el comercio de contenedores y graneles secos, y una desaceleración importante en embarques de petróleo. Las previsiones de crecimiento de la carga seca encajan con la tendencia del último medio siglo, en que los volúmenes de los buques tanque se han visto desplazados por la carga seca, pasando de 50% en 1970 a menos del 33 % en 2017.
Pero el mundo actual no solo está más interconectado por el intercambio de personas o bienes; de acuerdo con la última edición del Global Economy Watch, de PwC, el mundo actualmente exporta más de $6 trillones en servicios. Mientras que la atención de los políticos y reguladores se concentra en el intercambio de mercancías, generando tensiones comerciales, el intercambio internacional de servicios está siendo más dinámico y crece a tasas más altas que el comercio tradicional.
Esta pandemia entonces ocurre en un momento en el que el mundo se siente cada vez más chico, en el que cada día hay más información y esta viaja más rápido, y en el que las cadenas logísticas están intrincadamente globalizadas. El que este virus haya iniciado sus contagios en China es de particular importancia. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, este país actualmente es el responsable del 20% del producto interno bruto (PIB) del mundo, en términos de la paridad del poder adquisitivo (PPP, por su siglas en inglés), habiendo duplicado esta participación en solo 17 años y siendo actualmente el generador del 11% del total global de exportaciones de productos y servicios.
Aunque China recibe el sobrenombre de “La Fábrica del Mundo”, es mucho más que eso; es una pieza vital en la cadena logística de muchas fábricas del mundo. Según un análisis de PwC con base en información de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD), las exportaciones de muchas economías dependen de insumos originados en China, siendo las más importantes Vietnam, Camboya, México, Malasia, Tailandia, Corea del Sur y Hong Kong, que al sumarse a la misma China componen un importante clúster de fábricas del mundo y generan casi el 30% del PIB global en términos del PPP, por lo que una desaceleración o recesión en este bloque tendrá un efecto global muy grande.
El efecto económico de la pandemia sucede además en un momento en el que las economías del mundo no pasaban por su mejor momento. La guerra de aranceles entre China y Estados Unidos lastró a ambas con efectos colaterales en otras, tales como Japón. El efecto brexit en Europa tiene a ese continente con mucha incertidumbre, y la mayoría de las economías emergentes están apenas recuperándose de tiempos complicados, o están como Argentina, Turquía, México y la India, también en gran incertidumbre.
Frente a la crisis, los gobiernos avanzan en aguas desconocidas y toman decisiones complejas en las que enfrentan constantemente el dilema de implementar el distanciamiento social o cuarentena, que daña la economía, o relajar las medidas para no ahogarla. Increíblemente, un virus (del griego IOS o “veneno”) ha paralizado la actividad en numerosos sectores y llevado a más de 3.5 millardos de personas a confinarse en sus casas.
De acuerdo con la directora del FMI, Kristalina Georgieva, está “claro” que la economía mundial entrará en recesión a causa de la pandemia, criterio compartido por José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, quien además indica que muchos países quedarán afectados para los siguientes años y que incluso si el mundo no entra en recesión, muchas economías, incluyendo las más grandes, no tendrán ningún crecimiento, lo que hará más largo el período de recuperación. Por otra parte, y preocupados por la pandemia, los mercados de capitales globales han caído estrepitosamente, incluso con récords históricos, en medio de los temores económicos. El mismo impacto sufrieron los contratos a futuro de petróleo, que aunado a desencuentros dentro de la OPEP y Rusia, han llegado a mínimos históricos.
Es temprano aún para estimar con precisión el impacto final, pues apenas tenemos semanas de estar aprendiendo sobre el tema y sus efectos, pero las mayores preocupaciones se centran en la desaceleración económica de las grandes economías y principalmente en el desempleo que generará, tanto por las industrias golpeadas, como por las pymes que no logren subsistir y los millones de personas en el mundo que viven de la economía informal.
Por ejemplo, la OMT alerta que la pandemia provocará una caída del 20% al 30% del turismo mundial en 2020, lo que impactará fuertemente a empresas como líneas áreas, cruceros, hoteles, restaurantes y servicios asociados, pero más importante, en las pymes, emprendedores, artesanos y el sector informal que vive alrededor de la industria; en definitiva, su impacto será devastador en poblaciones o regiones completas.
Goldman Sachs anticipa que Estados Unidos (la economía más grande del mundo) se contraiga 34% en el segundo trimestre del año, llevando el desempleo a 15% a mitad del año (contra los mínimos históricos del 3.5% al inicio del año). En línea con lo anterior, en la semana que concluyó el 22 de marzo, el Departamento de Trabajo de Estados Unidos reportó que un récord de 3.3 millones de ciudadanos aplicaron a beneficios por desempleo, un número casi 5 veces mayor al anterior récord, y peor aún, en la siguiente semana aplicó prácticamente el doble de personas. Con esta situación se terminó en Estados Unidos un largo ciclo de 101 meses consecutivos de creación de empleo.
Los mercados latinoamericanos grandes podrían reflejarse en el caso de México, cuya economía prácticamente se contrajo el año pasado y tiene malas perspectivas. Desde que anunció su primer caso de Covid-19, el 27 de febrero, al 25 de marzo, tuvo una devaluación en su moneda (peso) de 23%. Aunado a ello, su sector fiscal sufrirá fuertemente al depender del petróleo, y finalmente, ante la incertidumbre política, los capitales internacionales podrían retirarse y los locales desmotivados reducirán inversiones. Así, JPMorgan y BBVA estiman que la economía mexicana se contraerá en el año entre 1.8% y 4.5%.
En economía, la incertidumbre se paga muy cara. Si bien hay certeza de que muchos mercados entrarán en recesión, como mínimo por 2 o 3 trimestres de este año, lo que lastrará el crecimiento económico, el no poder determinar un punto de inflexión, complica aún más el panorama. Y es que lo normal es que las recesiones sean causadas por eventos endógenos, es decir, generados internamente en las economías, como desbalances de sectores, burbujas en mercados o efectos monetarios, pero en esta ocasión está siendo causada por un evento exógeno, la pandemia que ha afectado a la mitad de la población mundial, misma que en algún momento ha tenido restricciones de libre movimiento y por ende tiene a la economía detenida. En la medida entonces que tomen más tiempo las acciones de distanciamiento social; que las curvas de contagio y fatalidades no se aplanen o que los focos de contagio sigan en desplazamiento (de China a Europa, luego a Estados Unidos, ¿quién será el próximo?) no se podrán concretar o tardarán más en llegar las acciones de reactivación económicas.
Hace apenas unas semanas se creía que la contracción y recuperación económica asociada a la pandemia sería similar a una V, con una caída pronunciada (aunque no vertical) precedida por una vigorosa y pronta aceleración económica. Conforme pasa el tiempo, los economistas han empezado a descartar esta opción y piensan en modelos más asociados a una U, con un período intermedio profundo y oscuro. Las estimaciones de crecimiento económico se han estado revisando a la baja, y conforme crezca la incertidumbre serán peores, habrá más sectores alcanzados y, por ende, mayor desempleo, lo que podría terminar afectando las carteras crediticias y, por tanto, la liquidez de las instituciones financieras, lo que nos movería a un estado de mayor caos.
Otra particularidad de esta recesión, según los economistas, es que tendrá un impacto muy grande, porque causa una reducción en la demanda y oferta agregada de bienes y servicios, y la suma de ambos efectos es enorme, aunque también concluyen que este impacto será temporal y cruzan los dedos para que sea menor a un año. Los grandes mercados como Europa y Estados Unidos están lanzando desesperadamente programas de rescate, tanto para empresas, incluyendo pymes, como para individuos. De hecho, la Unión Europea, el G20 y Estados Unidos tienen proyectos compartidos e independientes.
Ante el tamaño de estos planes de rescate, entidades como Goldman Sachs esperan una recuperación fuerte en el tercer trimestre de 2020 (que puede desplazarse al cuarto) con una expansión del 19%, que no recuperaría lo perdido en los primeros dos trimestres, pero marcaría un rumbo positivo a Estados Unidos, la economía que podría servir de locomotora del mundo. Está por verse aún si los estímulos, que parecen tímidos para Europa, serán suficientes, además de que cada día se hacen más evidentes las diferencias políticas entre los países del norte y sur de ese continente.
En Latinoamérica el impacto será fuerte. Brasil, que finalmente daba muestras de dinamismo y empezaba a atraer importante inversión extranjera, entrará en pausa por el resto del año. Como ya se mencionó, en México se espera un segundo año de contracción económica; en Colombia, según economistas locales, en 2020 se contraerá el consumo entre 30% y 80%. Perú ha paralizado en gran parte su rico sector minero, que de paso, enfrentará después temas de demanda y precios. Hasta ahora el único país que parece mantener cierto dinamismo en medio de la tormenta es Chile, aunque es temprano para evaluar los efectos finales.
En Centro América y el Caribe el impacto económico del COVID-19 será profundo. En principio está claro que, salvo un par de países, no se tiene un sector sanitario que pueda absorber adecuadamente el impacto. Estos países tienen un sector informal en la economía y el empleo, que en muchos casos duplican al sector formal, y la dependencia en remesas de sus poblaciones en el extranjero y del turismo son de importancia capital.
Países como Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y República Dominicana sentirán un impacto en la reducción de remesas y, por ende, en el consumo interno. De hecho, el Banco de Guatemala (Banco Central) ya reporta una reducción en marzo de 7.5% en el ingreso de divisas, que el año pasado generaron a la economía más dólares que las exportaciones. En el caso de las principales economías del Caribe y Costa Rica, la reducción del turismo, posiblemente de más del 30%, será muy fuerte y complicará a regiones completas, lo que tendrá fuertes impactos en la cartera crediticia del sector, haciendo fuerte presión en el sistema financiero, que en algunos países ya muestra moras importantes.
Esta región, al centro del continente americano, tiene además gobiernos con recursos escasos para impulsar grandes proyectos de rescate. La mayoría de las economías tienen ya índices de endeudamiento, por lo que estarán muy comprometidas para accionar. Al final enfrentarán problemas de demanda que reducirán su consumo interno. El reto de estos países será evitar que el desempleo y el consumo deprimido no terminen generando problemas sociales y de gobernabilidad.
En definitiva, el mundo después de esta crisis requerirá de mayor cooperación y solidaridad, pues se ha probado que los humanos seguimos siendo vulnerables.
Hay quienes, desde marzo de 2018, cuando se iniciaron las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, empezaron a predecir el fin de la globalización, lo que es imposible de detener con un mundo tan conectado e interdependiente como el actual. La globalización ha ayudado a elevar los ingresos y ha acelerado el desarrollo de las economías (el mejor ejemplo es Asia), sacando a cientos de millones de personas de la pobreza, pero también ha generado, entre otras consecuencias, mayores riesgos, en este caso, de contagios en temas sanitarios o económicos.
De acuerdo con el profesor Richard Portes, del London Business School, es obvio que el mundo de los negocios cambiará, porque las empresas y personas han entendido (en carne propia y no en modelos teóricos) los riesgos con los que han estado operando. Según él, los principales cambios se darán en las cadenas de abastecimiento, donde queda claro que los bajos precios ya no pueden ser el único criterio de elección. Beata Javorcik, economista en jefe del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, cree que las tensiones de Estados Unidos y China, más el Covid-19, harán que muchas empresas de Estados Unidos y Europa consideren seriamente un “Re-shoring” y que las primeras actividades a repatriar o como mínimo a “acercar” serán las que puedan automatizarse, porque eso dará certeza.
Sin embargo, las economías desarrolladas serán muy cautelosas con sus cortapisas a la globalización, pues también son dependientes de ella. Como ya comentó, la exportación global de servicios es inmensa, pero también lo es el movimiento de personas, ideas e información, algo muy valorado por las economías occidentales, por lo que no están dispuestas a arriesgar sus productivas industrias de servicios, comunicaciones y turismo. La verdad es que factores como la impresión 3D, la automatización, la demanda de nichos y los requerimientos de entregas cada vez más rápidas ya estaban empujando por un cambio que con esta crisis solo se confirma.
El mundo, definitivamente, no será el mismo después de esto. A finales de febrero, cuando el problema aún no terminaba de dimensionarse, conversé con el director de un hotel en Centro América, una persona con mucha experiencia en la industria en el mercado americano, y su respuesta a mi pregunta de cómo creía que el sector sería afectado, fue que este saldría fortalecido y me comentó cómo durante la crisis de “September 11” la industria, aunque la pasó mal, encontró nuevos caminos comerciales, buscó eficiencias operativas y ajustó muchos estándares. Lo mejor de todo fue que, concluida la crisis, se mantuvieron estos ajustes en las operaciones, lo que generó negocios más simples, modelos más livianos, eficientes y ágiles.
Esa búsqueda constante de eficiencias es una macrotendencia que la crisis no detendrá, más bien se intensificará. Habrá un impulso al comercio electrónico; los sectores tradicionales impulsarán con mayor ahínco canales de captación, entrega y distribución más personalizados y cercanos al consumidor final; los modelos retail tenderán a la conveniencia; las transacciones monetarias serán cada vez más virtuales y habrá mayor uso de aplicaciones para el aprendizaje, planeación, ejecución de tareas, comunicación y monitoreo.
Si partimos de lo anterior, sabemos que para lograr esos cambios se requerirán transformaciones importantes a lo interno de las cadenas logísticas, de telecomunicaciones y servicios core. Los modelos, soporte y entregas en “la nube”, que probaron en grande su valía, se impulsarán a un siguiente nivel. La inteligencia artificial, los modelos Big Data y de alerta temprana, así como la robotización de procesos, serán el estándar (no la aspiración). La internet de las cosas acelerará su paso, el teletrabajo y la colaboración virtual ganarán protagonismo al haber roto paradigmas durante la crisis, y los modelos de contratación y trabajo tenderán a flexibilizarse, pero se mantendrán atentos a modelos solidarios.
Es muy importante considerar que una crisis global como esta también creará cambios en tendencias sociales. El mundo entero se ha dado cuenta de su fragilidad colectiva a nivel mundial, lo que puede provocar cambios de consumo importantes, y lo que antes era importante ahora podrá verse como banal. El impacto es tan fuerte que pueden acelerarse cambios incluso a nivel de nuestra escala de valores.
Instituciones de innovación como el IEBS recomiendan las siguientes acciones estratégicas para las marcas y empresas en un mundo post pandemia:
En definitiva, el mundo después de esta crisis requerirá de mayor cooperación y solidaridad, pues se ha probado que los humanos seguimos siendo vulnerables.
Esperemos que concluida la crisis, las grandes organizaciones internacionales y multilaterales trabajen más en el desarrollo de modelos y ejercicios para anticipar y reaccionar mejor ante estas crisis; que se prevean mejor los impactos y que el mundo se prepare mejor para afrontar los problemas sanitarios, ambientales, financieros o sociales.